La Noticia que Cambia Vidas: El Evangelio Explicado para Ti

Muchas mujeres han oído la palabra “evangelio” toda su vida, pero siguen sin saber qué significa realmente ni por qué lo necesitan. Este artículo explica, de forma clara y sencilla, quién es el Dios santo de la Biblia, por qué nuestro pecado es un problema real, y cómo Jesucristo vino a salvar a mujeres comunes y heridas como nosotras. Es una invitación a entender y creer la mejor noticia que Dios ha dado al mundo.

ARTÍCULO

Sandra Barrera

11/19/20254 min read

Estoy segura de que has escuchado la palabra "evangelio" miles de veces. Muchas mujeres escuchan esa palabra desde niñas, pero pocas podrían explicar qué significa realmente. Algunas piensan que es un conjunto de reglas; otras, que es una emoción bonita, otras piensan que es una tradición familiar, otras piensan que evangelio es sinónimo de Biblia.

La palabra “evangelio” viene del griego euangelion. Está compuesta por eu (bueno) y angelion (mensaje, anuncio, noticia). En el mundo antiguo esta palabra se usaba para describir un anuncio oficial y público que traía alegría y esperanza: el nacimiento de un heredero al trono, la victoria de un ejército, la liberación de un pueblo, o un edicto que cambiaba para bien la vida de muchos. Cuando el Nuevo Testamento usa la palabra “evangelio”, toma esa idea de una “noticia real”, un anuncio de parte de Dios que transforma la historia. Por eso Marcos inicia su libro diciendo: “Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (Marcos 1:1). Este no es cualquier mensaje: es el anuncio de lo que Dios hizo en Cristo para salvar pecadores. El evangelio no es principalmente algo que las personas deben hacer, sino algo que Dios ya hizo. Es la obra de Dios para acercarse a nosotras. El evangelio es la mejor de las noticias. Es la noticia más urgente y más hermosa que cualquier persona puede y necesita escuchar.

La Biblia explica que el evangelio comienza con Dios mismo. No comienza con nosotras, con nuestras necesidades, ni con nuestros problemas, sino con Él. Dios es santo, perfecto, justo, bueno en todo sentido. Santo, santo, santo” es cómo los ángeles lo describen en Isaías 6. Cuando decimos que Dios es santo, no estamos diciendo simplemente que es “bueno” o “moralmente correcto”. La palabra bíblica “santo” (qadosh) significa separado, distinto, incomparable. Es decir, Dios no es como nosotras ni como nada creado. Él es completamente puro, completamente justo, completamente sabio, completamente perfecto en todo su ser.

Luego viene la mala noticia, pero es una mala noticia que necesitamos escuchar para poder entender la buena. La Biblia afirma que todos hemos pecado. Pecado no es solo hacer algo malo; es vivir apartadas de Dios, ignorar su voluntad, rechazar su autoridad, querer definir nuestra vida sin Él. Romanos 3:23 lo dice con claridad: “por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”. Esto incluye a todas nosotras: las que crecieron en la iglesia, las que nunca fuimos, las que intentan ser buenas, las que se sienten rotas, las fuertes, las débiles. El problema del pecado no hace distinciones.

El pecado no es algo pequeño porque no es simplemente desobedecer una regla, sino ofender a un Dios perfecto. Por eso, Romanos 6:23 declara que “la paga del pecado es muerte”. La muerte es la separación absoluta de Dios. Esta es la realidad humana sin Cristo, aunque intentemos cubrirla con éxito, relaciones, logros o incluso religiosidad. Sin un Salvador, todas estamos perdidas.

Y aquí es donde la historia cambia. Dios, siendo justo, no podía ignorar nuestro pecado; pero siendo amor, no quiso abandonarnos a nuestra condenación. Así que Él mismo vino a rescatarnos. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16). Jesucristo, Dios hecho hombre, vivió la vida que ninguna de nosotras ha podido vivir: una vida perfectamente obediente. Y luego murió la muerte que nosotras merecíamos. La Biblia enseña que, en la cruz, Él cargó sobre sí el castigo de los pecadores. Isaías 53:5 lo expresa así: “Mas Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados… y por su llaga fuimos nosotros curados”.

Jesús no murió como un mártir ni como un ejemplo moral, sino como un sustituto. Tomó nuestro lugar. Sobre Él recayó toda la ira de Dios consecuencia del pecado humano, que debía recaer sobre nosotros. Recibió la justicia que nosotras debíamos enfrentar. Y lo hizo por amor. No porque lo mereciéramos, no porque lo buscáramos, no porque fuéramos suficientes, sino porque Él quiso ofrecernos salvación, justificación, libertad y reconciliación con el Creador.Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).

Pero el evangelio no termina en la cruz. Jesús resucitó al tercer día, venciendo la muerte y demostrando que su sacrificio fue aceptado por el Padre. La resurrección no es un mito; es un hecho histórico que asegura que quienes creen en Él tienen vida eterna. Como dice 1 Pedro 1:3, hemos sido “renacidos a una esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de los muertos”.

Ahora bien, ¿qué significa responder a este evangelio? No se trata de “portarse bien”, de cumplir ceremonias, ni de hacer promesas vacías, tampoco se trata de asistir a una iglesia. Dios llama a cada persona a arrepentirse de sus pecados y creer en Jesucristo como Salvador. Arrepentirse es reconocer que hemos vivido lejos de Dios y decidir volvernos a Él, abandonando la ilusión de que podemos salvarnos solas y abandonando nuestra manera de vivir. Creer es confiar en Cristo como el único Salvador, descansar en lo que Él hizo y no en lo que nosotras hacemos. Jesús dijo: “El que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna” (Juan 5:24). Quien cree en Cristo recibe una vida nueva, perdón de sus pecados, reconciliación con Dios y vida eterna a Su lado.

Cuando una persona se arrepiente y cree genuinamente en Cristo y Su obra, algo milagroso ocurre: Dios la perdona completamente, la adopta como hijo o hija, le da un nuevo corazón, la llena de su Espíritu y comienza una obra de transformación que dura toda la vida. No significa que ya no habrá luchas, pero sí significa que ya no las enfrentará sola. Dios camina con ella, sostiene su fe, renueva su alma y la guarda hasta el final.

El evangelio es para ti. No importa tu pasado, tus dudas, tu dolor, tus errores, tu cansancio o tus temores. Cristo no vino a buscar personas fuertes, perfectas o religiosas. Vino a buscar pecadores necesitados de gracia. Su invitación sigue abierta: “Vengan a mí todas los que están trabajados y cargados, y yo los haré descansar” (Mateo 11:28). Si te acercas a Él hoy con humildad y rendición, no te rechazará. Él es suficiente. Su cruz es suficiente. Su gracia es suficiente.

Y al abrazar esta verdad, encontrarás la verdadera libertad, la paz real y un propósito firme: conocer a Dios y vivir para Él. Eso es el evangelio: la noticia de que Dios salvó a pecadoras por medio de Cristo, para que vivan en comunión con Él para siempre.

¿Tienes preguntas o necesitas comprender mejor algunas de las ideas de este artículo? Contáctame a contacto@cristocentricas.com

[[sharebar]]