Buscamos proclamar el evangelio de Jesucristo y promover la vida cristiana en sujeción a las Escrituras y a la providencia y soberanía de Dios.

La Biblia

Creemos que toda la Escritura fue inspirada por Dios. Cada autor fue movido y dirigido por el Espíritu Santo para escribir la Palabra de Dios, por lo que no tiene error alguno (2 Pedro 1:20-21; 2 Timoteo 3:16). La Biblia es la única autoridad en materia de fe y práctica del cristiano; sus verdades son absolutas y eternas (Mateo 24:35). Las Escrituras constituyen el único estándar por el cual debemos medir todo lo que hacemos dentro y fuera de la iglesia (Hechos 20:32; Hebreos 4:12). Por esto afirmamos la idea de “Sola Scriptura”, como fue proclamada por los reformadores.

La Biblia está conformada por 66 libros, 39 pertenecen al Antiguo Testamento y 27 al Nuevo Testamento, tal como ha sido reconocido desde la iglesia primitiva. En este ministerio utilizamos las traducciones LBLA, NBLA, RV60 y NTV.

Creemos que las enseñanzas que contiene la Biblia son cien por ciento verídicas y deben ser creídas y obedecidas (2 Pedro 1:19, 21; 2 Timoteo 3:16; 1 Juan 5:9; 1 Tesalonicenses 2:13).

Dios

Creemos que Dios es uno en esencia y tres en personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo (Mateo 28:19; 2 Corintios 13:14). Cada una de estas tres personas tienen roles diferentes en todo el plan de Dios y merecen la misma adoración y obediencia.

No hay más que “Un solo Dios” (Deuteronomio 6:4; 1 Corintios 8:4) vivo y verdadero (1 Tesalonicenses 1:9; Jeremías 10:10) quien es santo, inmutable, eterno, inmortal, inescrutable, omnipresencente, todopoderoso (1 Timoteo 1:17; Salmos 90:2; Santiago 1:17; Malaquias 3:6; Génesis 17:1; Apocalipsis 4:8, Salmos 145:3) creador y soberano sobre todo el universo, que orquesta activa o pasivamente todo cuánto ocurre (Génesis 1; Hebreos 11:3; Colosenses 1:16; Hechos 17:24; Lamentaciones 3:37-38). Por tanto, nada ha ocurrido ni ocurre en su creación sin su consentimiento. Lo que Él desea hacer siempre lo lleva a cabo, cumpliendo así sus decretos eternos e inmutables (Isaías 46:10, 55:11) para Su gloria (Isaías 43:7).

Dios Padre: Es la primera persona de la Trinidad, es quien ordena y dispone todas las cosas conforme al consejo de su voluntad (Salmo 145:8-9; 1 Corintios 8:6, Efesios 1:11). Su control soberano es ejercido providencialmente sobre toda su creación y a través de la historia completa de la redención, a través del ejercicio de su omnisciencia y omnipotencia (Salmo 103:19; Romanos 11:36). Su paternidad es reconocida tanto en su rol como miembro de la Trinidad como en su relación con la humanidad. Dios Padre ha elegido por gracia desde la eternidad pasada a aquellos a quienes Él tendría como suyos (Efesios 1:4-6). Él salva del pecado a todos los que llama por medio de Jesucristo; y adopta como suyos a todos aquellos que han sido elegidos desde antes de la fundación del mundo (Juan 1:12; Efesios 1:4; Romanos 8:15; 28:30; Gálatas 4:5; Hebreos 12:5-9).

Jesucristo: Es la segunda persona de la Trinidad, es el Unigénito Dios desde la eternidad pasada y el único mediador entre Dios y los hombres (Isaías 42:1; 1 Pedro 1:19-20; Juan 3:16; 1 Timoteo 2:5). Como Profeta reveló al Padre perfectamente, como Sumo Sacerdote nos representa ante el Padre completamente, y como Rey gobierna eternamente (Juan 14:7; Hechos 3:22; Hebreos 2:17; Salmos 2:6; Lucas 1:33). Creemos que Él es la cabeza de la Iglesia, el heredero de todas las cosas y el juez universal de la historia (1 Corintios 11:3; 2 Corintios 5:10, Hebreos 1:2).

Jesús se encarnó, fue concebido por el Espíritu Santo y nació de María siendo aún virgen (Lucas 1:27,31,35; Gálatas 4:4); es eterno, al igual que el Padre (Juan 1:1,14; 1 Juan 5:20; Filipenses 2:6), durante Su misión en la tierra se hizo semejante a los hombres, siendo al mismo tiempo cien por ciento hombre y cien por ciento Dios (Lucas 1:35; Colosenses 2:9; Romanos 9:5; 1 Timoteo 3:16). Con su encarnación, Jesús no perdió ninguno de sus atributos divinos, sino que solo restringió el uso de algunos de ellos, según la voluntad del Padre.

Jesucristo es el agente y propósito de la creación, ya que todas las cosas fueron creadas por Él, por medio de Él y para Él (Juan 1:1-3; Colosenses 1:16). El es nuestro representante ante Dios, sobre quién Él hizo caer la culpa por nuestros pecados (2 Corintios 5:21; Isaías 53-5). Él se ofreció voluntariamente para encarnarse y venir al mundo sujetándose a la Ley, cumpliéndola en su totalidad (Salmos 40:7-8; Hebreos 10:5-10; Filipenses 2:8; Juan 10:18; Gálatas. 4:4; Mateo 3:15; Mateo 5:17). Fue crucificado y murió por nuestros pecados (Romanos 5:8). Fue sepultado y al tercer día resucitó corporalmente y ascendió al cielo con su cuerpo físico y está sentado a la diestra del Padre intercediendo por nosotros, y en el tiempo designado volverá de manera gloriosa (1 Corintios 15:3-4; Hebreos 4:14, 8:1-2; Romanos 8:34; Marcos 16:19; Hechos 1:11; Hechos 7:25).

Espíritu Santo: es la tercera persona de la Trinidad, al igual que el Padre y el Hijo existe desde la eternidad y ha estado operando y obrando desde entonces (Génesis 1:2; Isaías 44:3; Isaías 32:14-18; Hebreos 9:14). A través de Él que somos regenerados y nacemos de nuevo (Juan 3:5-8). El Espíritu Santo es el dador de la vida espiritual. Además, es Él quien ha sido enviado a convencer al mundo de pecado, de justicia y de juicio (Juan 16:7-8, 1 Pedro 1:3,23). El Espíritu Santo habita en el interior de cada creyente (1 Corintios 3:16, 6:11), santificándolo (Romanos 8:13) y guiándolo a toda verdad (Juan 16:13). Al hacer esto, Él glorifica a Jesucristo, pues nunca busca glorificarse a sí mismo (Juan 16:14). Junto con Cristo, distribuye a cada creyente dones espirituales por gracia y de manera soberana, según su sabio consejo, con el objetivo de edificar el cuerpo de Cristo (1 Corintios 7:7, 12:4-7,11; Efesios 4:1).

El ser humano

El ser humano fue creado por Dios conforme a su imagen y semejanza, “varón y hembra los creó” (Génesis 1:27). Por lo cual, entendemos que la Biblia enseña la existencia de dos géneros únicamente: femenino y masculino. Fue creado a imagen y semejanza de Dios, y está formado por un cuerpo y un espíritu (Génesis 2:7; Santiago 2:26). El hecho de tener espíritu, le da la capacidad para relacionarse con Dios y con los demás, para discernir el bien y el mal, para razonar, para experimentar emociones y para decidir su curso de acción dentro de los limites establecidos por Dios.

Dios creó al ser humano sin pecado, en libertad para escoger entre el bien y el mal, pero este pecó por decisión propia, manchando la imagen de Dios y esclavizando su voluntad al pecado (Génesis 3:6; 2 Timoteo 2:25-26). Por tanto, el hombre está destinado a condenación eterna a menos que sea redimido por gracia, por la obra de Jesucristo y regenerado por el Espíritu Santo. En otras palabras, el hombre natural no puede decidir salvarse a sí mismo o aun elegir a Dios (Romanos 5:6, 8:7, 3:10-12; Juan 6:44, 65, 15:5; Efesios 2:1-5; Colosenses 2:13; 1 Corintios 2:14; Tito 3:3-5). Como consecuencia de la caída, el ser humano experimentó vergüenza (Génesis 3:7), temor (Génesis 3:8-10), pérdida de la comunión con Dios (Efesios 2:1), y muerte física (Génesis 5:5). Ahora es enemigo de Dios (Romanos 5:10) y esclavo del pecado (Romanos 6:17); está muerto en delitos y pecados (Efesios 2:1) y destituido de la gloria de Dios (Romanos 3:23); con una voluntad esclavizada (2 Timoteo 2:26) y un entendimiento entenebrecido (Efesios 4:18; 2 Corintios 4:4).

La salvación

La salvación es el acto mediante el cual Dios, a través de su amor, misericordia y gracia, interviene de manera soberana dando a su Hijo para librar al hombre pecador de Su ira y permitirle posteriormente disfrutar de Su gloria y hacerlo coheredero con el Hijo de Dios. Esta salvación es otorgada por gracia, no por mérito humano, a través de la fe en Cristo, para la gloria de Dios (Efesios 2:8-9; Gálatas 2:21; Romanos 9:16, 11:6). Tal salvación tiene una dimensión pasada presente y futura. En el pasado nos justificó (Romanos 8:28-30), libertándonos de la pena del pecado (Romanos 6:23) y declarándonos justos (Gálatas 2:16, 3:10-14). En el presente, nos santifica, librándonos del poder del pecado (2 Corintios 3:18) y formándonos progresivamente a la imagen de Cristo. Y en el futuro nos glorificará (1 Corintios 15:25-58, Filipenses 3:21), donde seremos libertados de presencia de pecado (Efesios 5:27).

La fe que conlleva a la salvación debe recaer en la obra redentora de Cristo solamente: “Solo Cristo”. Creemos que Jesús vivió una vida de perfecta obediencia y murió en sustitución nuestra como el Cordero de Dios, resucitó como el Rey de Reyes y Señor de Señores, obteniendo así el perdón de los pecados y la justificación para todos aquellos que creen en su nombre (2 Timoteo 1:9; 1 Pedro 2:24, 3:18; 1 Corintios 1:30, 15:3; 2 Corintios 5:4; Romanos 3:24-25, 4:25, 5:6, 8:34, 14:9). Obtenemos salvación, entonces, por la voluntad soberana de Dios solamente y para su gloria solamente: “Solo para la gloria de Dios” (Efesios 1:4-6; Juan 1:12-13, 6:44; Romanos 9). Dios elige a los suyos antes de la fundación del mundo, para que sean santos y sin mancha delante de Él (Efesios 1:4-6; Gálatas 4:4-5; Romanos 8:17; Juan 1:12). Aunque la salvación es una decisión divina, el hombre es responsable de sus acciones, por lo cual dará cuenta a Dios por sus obras (Juan 3:36; 2 Corintios 5:10; Santiago 1:13-14).

La Iglesia

Todo aquel que ha puesto su fe en Jesucristo como Señor y Salvador, es parte de la iglesia universal por medio del bautismo del Espíritu Santo (1 Corintios 12:13). La Iglesia es el cuerpo de Cristo y por tanto, no puede ser separada de Él (Efesios 1:22-23, 4:15-16, 5:23; Colosenses 1:18, 1:24). Esta iglesia universal está compuesta por creyentes que se congregan en iglesias locales a lo largo de todo el mundo (Hechos 8:1; 1 Corintios 16:19), en cumplimiento de la gran comisión, para adorar a Dios, proclamar su Palabra y contribuir al crecimiento de los creyentes hasta la plenitud de Cristo. Para esto, la Iglesia lleva acabo el discipulado, la adoración en comunidad, la oración y el apoyo mutuo, con el propósito de estimularnos al amor y a las buenas obras (Hebreos 10:25). Además, la Iglesia está obligada a cumplir con el llamado de proclamar el evangelio hasta los confines de la tierra (Mateo 28:18-20).

La autoridad suprema de la Iglesia es Cristo (1 Corintios 11:3; Efesios 1:22). Dios ha dispuesto de líderes en la iglesia para liderar y pastorear a su pueblo; estos son los pastores y diáconos, quienes deben poseer un carácter irreprensible (1 Timoteo 3:1-13). El término anciano, obispo y pastor es utilizado en la Escritura indistintamente para referirse al mismo oficio. Estos líderes no se hacen, sino que son reconocidos por la iglesia en la medida en que el Espíritu de Dios los va levantando, equipando y confirmando para la obra del ministerio. Los pastores son los líderes espirituales de la congregación y los diáconos tienen a su cargo asistir a los pastores con la administración y la organización de la iglesia (Efesios 4:11-12; 1 Timoteo 5:17; Hechos 14:23; Hechos 6:4). El cuerpo pastoral está compuesto por un grupo de hombres llamados por Dios y confirmados por la congregación para desempeñarse como pastores (1 Timoteo 3:1-13; Tito 1:5-9; 1 Pedro 5:1-5). La mujer no fue llamada a ejercer el pastorado sobre la iglesia.

La congregación debe ser enseñable frente a sus pastores de manera piadosa como ordena la Escritura, entendiendo que estos velan por ellos. El liderazgo femenino dentro de la iglesia se plasma en las Escrituras: en la enseñanza, discipulado y formación espiritual de las mujeres, niños y preadolescentes, así como en otras áreas. En este sentido, las mujeres pueden ser reconocidas como diaconisas o líderes dentro de la iglesia, tomando como referencia el caso de Febe en la carta a los Romanos (Romanos 16:1).

La Iglesia ha sido llamada a ser santa y sin mancha (Colosenses 1:22) y se le ha dado la responsabilidad de proclamar el evangelio y de dar a conocer la sabiduría de Dios como columna y baluarte de la verdad (Efesios 3:10-11; 1 Timoteo 3:15; Mateo 28:18-20; Apocalipsis 5:9; Hechos 14:23).

Segunda venida de Cristo

Jesucristo regresará por su iglesia. Su retorno será súbito, visible y en cuerpo (Mateo 24:44; Hechos 1:11; 1 Tesalonicenses 4:16, 5:1-10; Hebreos 9:28; Apocalipsis 22:7,12,20). Nadie conoce el tiempo exacto de la venida de nuestro Señor (Mateo 24:44; 25:1-13). El creyente debe esperar con expectativa, gozo y entusiasmo el retorno de Cristo (Apocalipsis 22:20; Tito 2:12-13; 1 Corintios 16:22). Este evento será precedido por señales de diferentes tipos (Mateo 24:32-39).

Al retorno de Cristo, los incrédulos serán juzgados para condenación eterna y los creyentes serán recompensados (Mateo 25:31-46; 2 Corintios 5:10; Apocalipsis 20:11-14).